El genio no surge de la nada. Es una frase que cabe en un tuit, pero cuya reflexión, creo, cala bastante más hondo. Da igual que uno nazca un Mozart, que tenga el don para hacer tal cosa que hace mejor que nadie que conoce. Si ese don no se trabaja, el genio nunca se mostrará. Pero pasa también que, en ausencia del don, el esfuerzo, en un periodo de tiempo más prolongado, se puede convertir en genio.
Hemos leído no pocos artículos ya que recogen el hecho curioso de que Craig Mazin, el autor de la serie más valorada de todos los tiempos según IMDB, 'Chernobyl', tenía una carrera desastrosa; de nulo valor. "Resacón 2: ¡Ahora en Tailandia', 'Scary Movie 3', 'Scary Movie 4', 'Superhero Movie'... Películas ya no del montón, sino francamente malas, risibles. Y de pronto se saca 'Chernobyl' de la manga. Y, si nos atenemos a los títulos de crédito, se lo saca literalmente él. Él es el creador, escritor y productor ejecutivo de estos cinco episodios que son ya historia, en capitulares, del audiovisual.
¿Qué ha pasado aquí?, se pregunta el ojo mediático. ¿Cómo es posible que un tipo como Craig Mazin llevara dentro algo como 'Chernobyl'? ¿Es que nos confundimos todos y esas malas películas eran en realidad buenas? ¿O es que iba por la calle y esas musas de las que hablaban los griegos le inspiraron, de súbito, tamaña obra maestra?
La respuesta, evidentemente, va por esa primera frase, la que cabe en un tuit: el genio no surge de la nada. Jamás.
En un estupendo artículo de Vice, titulado: La obsesión años ha de Craig Mazin por hacer 'Chernobyl' terriblemente precisa, se nos da la clave ya antes siquiera de empezar a leer. Mazin se obsesionó con algo, lo estudió, lo exprimió y lo sintetizó en estas cinco horas magistrales que son mucho más que una gran serie sobre 'Chernobyl'. Que son, realmente, espejo de todas las preocupaciones mayores de nuestro tiempo, con la supervivencia de habitabilidad de este planeta a la cabeza. Y la supervivencia de nuestra especie, la humanidad, en inmediato segundo lugar.
Mazin se obsesionó con Chernobyl y por eso 'Chernobyl' es lo que es. Porque cuando el talento se trabaja, se trabaja de verdad, es cuando se puede alcanzar el genio. Bradbury decía que llevaba un par de un par de millones de palabras (a la basura). Musashi Miyamoto fue mucho más general: 10.000 horas de práctica, para lo que fuere, lleva a la maestría; se parta de donde se parta. Una serie de televisión que asombre al mundo entero exige, evidentemente, un trabajo colosal detrás.
Es tan colosal ese trabajo, que me tiembla un poco la mano en este artículo. Lo esencial ya lo sabemos todos: es una serie que hay que ver, sí o sí. Pero para atreverse a ser uno más en el bombardeo sobre 'Chernobyl', si uno quiere llegar más allá de unirse al carro, hay que atreverse a decir por qué esta serie es tan magistral. Reconocer que es magistral y comunicarlo es fácil. Explicar por qué, como siempre, mucho más difícil.
Valor y al toro, que reza el dicho.
Y si me pongo delante de este toro, es porque sentí, como padre, lo que supongo que muchos padres que han visto 'Chernobyl' han sentido. Dudas sobre si tenemos el derecho de haber traído al mundo a un hijo ante el abismo de horrores que podría tal vez suceder en un instante. Ese sentimiento es mi faro para alumbrar 'Chernobyl'.
Lo que vemos y lo que oímos
Quiero empezar por lo más invisible. Ni personajes, ni tramas, ni emociones. Quiero empezar por las imágenes. Las imágenes y sus sonidos. Cómo Johan Renck y sus colaboradores —los esenciales: Luke Hull como diseñador de producción, Jakob Ihre como director de fotografía, Gavin Fitch y Vladimir Radlinski como directores de arte, Claire Levinson-Gendler como decoradora de los sets y Odile Dicks-Mireaux como diseñadora de vestuario— logran darle carne a los precisos, profundos y complejos libretos de Craig Mazin.
Miremos unas cuántas imágenes. Están sacadas de los tres primeros episodios. No tienen spoiler alguno.
¿Qué son estas imágenes? Pues bodegones; naturalezas muertas. Pero no son cualquier tipo de bodegones. Son unos bodegones que representan únicamente objetos cotidianos de quienes vivieron el horror de 'Chernobyl'.
Aparentemente, no tienen un significado narrativo. No hace falta insertar ese plano y detenerse en él un tiempo, como la cámara de Renck hace, para contar con más eficacia la historia. Y sin embargo son esenciales para el tema, el significado que subyace a 'Chernobyl'. Esencialmente, la serie es un réquiem por los muertos, por la locura desatada. También es un por qué. ¿Por qué sucedió esto? Pero esencialmente es un qué y un a quién. Quiénes son las víctimas, cuáles son sus huellas.
Detenerse en estos planos ayuda a reforzar el tema y a que este vaya calando en el subconsciente. Poco a poco, esos planos que no dicen nada, en los que no pasa nada, en los que ni siquiera se enfoca a un ser humano, pasan a adquirir tanta o más dureza que los planos de los moribundos por el bombardeo radioactivo de la fisión. Son testigos mudos de quienes ya no podrán hablar por sí mismos. Existieron, en una serie de objetos y espacios muy concretos que les sobrevivieron, como nos sobreviven a todos.
Tengo un amigo de mente brillante, odontólogo, afilado en cualquier cuestión sobre la que reflexione, que una vez me dijo algo que se me quedó clavado y que viene al pelo de este primer apartado. Que muchas películas lo desconectaban de la trama y sus personajes por lo bien puestos que estaban los objetos en las estancias; porque no daba sensación alguna de que esos espacios se hubieran habitado alguna vez. Destacaba que, por ejemplo, en las de Shyamalan no pasaba nunca.
El arte de encuadrar y de iluminar es mucho más evidente, y reconocido, que el arte de colocar los objetos en una habitación que cuentan una historia muda, como la de estos bodegones. Y sin embargo 'Chernobyl' acumula en su equipo técnico cinco directores de arte y casi una treintena de miembros del departamento artístico.
Me fui a una serie muy visual, como 'True Detective' y me encontré conque lo normal, en sus tres temporadas, era si acaso un par de directores de arte y un equipo de artistas bastante más reducido si contamos la troupe que participaba en todos los capítulos. Eso me cuenta lo fundamental que este aspecto en el tremendo trabajo audiovisual con el que cuenta 'Chernobyl'.
Luego están las postales. Las llamo así aunque en todas hay movimiento, un leve travelling normalmente acompañado de una música atmosférica, o simplemente de un paisaje sonoro extradiegético como los que usaba Ridley Scott en 'Alien' y 'Blade Runner'; no pocas veces, también hay cámara lenta. Estas postales, o viñetas, cumplen la segunda función esencial de la puesta en escena. Nos clavan imágenes al cerebro. Nos crean recuerdos muy vívidos (muchas veces horrendos) de la tragedia.
Voy a destacar unas cuantas. Suelen estar en el último tercio del capítulo en cuestión, aunque hay algunas escondidas entremedias del episodio. En esta ocasión, tengo que tirar de gifs, porque estas sí precisan de movimiento para entenderse.
Clavos y martillos. Son las imágenes que recordamos al despertar, sudorosos, de un mal sueño. Solo que este mal sueño, por increíble que parezca por momentos, fue terriblemente real.
Sin estos dos juegos de imagen y sonido o imagen y ausencia de sonido, 'Chernobyl' no sería la misma. Sería muy buena, buenísima. Pero no se agarraría como se agarra a nuestra mente.
Lo que escuchamos
Estos rusos hablan en inglés. Es el mayor artificio, sin duda, que va en teoría a la contra de esa pretensión de ultrarrealismo que dice haber querido perseguir Craig Mazin. Uno muy bien podría preguntarle: "¿Oiga, Craig? Y si quería ser tan preciso: ¿Por qué no la hizo con rusos y en ruso".
Desde luego, Craig podría haberla hecho así; en una Netflix, hasta me imagino que sería una sugerencia de la casa. Pero HBO trabaja en sus producciones siempre (hasta ahora) con los parámetros de Hollywood; y esto significa que lo esencial no es la verosimilitud sino la percepción de verosimilitud. Son cosas muy distintas.
Si Craig Mazin hubiera rodado "Chernobyl" en ruso, inevitablemente, tendría que haber otro guionista encargado, nada más y nada menos, que de darle carne y significado a los diálogos. Todos sabemos que una traducción, especialmente de diálogos, es una tarea imposible, que se hace lo mejor que se puede. Que no hay doblador o traductor (salvo casos muy extraordinarios) que no pierdan matices esenciales ya no en el qué, sino en el cómo.
Uno no puede reproducir a la perfección la tormenta emocional que un actor siente cuando interpreta. Porque incluso aunque los actores se doblan a sí mismos (y lo hacen muchas veces, porque grabar diálogos on set es pesadillesco), ellos sí recuerdan la emoción que sintieron y pueden matizarla, amplificarla o rebajarla partiendo de la experiencia. La tarea de un doblador es titánica porque carece de esa vivencia. Tiene que imaginarla.
Lo mismo pasa si uno quiere escribir un relato en un idioma que no controla. No basta con un traductor. Es un segundo guionista lo que se necesita, con todo el bagaje cultural de la lengua en cuestión, pero también con el mismo grado de obsesión que el showrunner por la materia.
Está claro que Craig Mazin quería el control, línea a línea de diálogo, de 'Chernobyl'. De ahí que, aunque pueda cuestionarse, tenga sentido que optara por el artificio de estos rusos anglófonos como si estuviéramos en una de Indiana Jones. Eso sí, con acento y con un casting con aroma a Europa del Este, que algo hay que ambientar.
Hablar con verdadera profundidad de por qué los guiones de 'Chernobyl' son extraordinarios es una tarea a la que renuncio. Da para llenar un libro. Lo que sí puede hacerse es dibujar los grandes rasgos que trabaja Mazin en su estructura, personajes y tramas, sin entrar al microdetalle de cómo las resuelve. Así, además, querido lector, te salvo de spoilers.
Lo primero que hay que decir de la escritura de 'Chernobyl' es que es muy rusa; y por muy rusa quiero decir muy coral. Un poco Tolstoi en su amplitud, pero más bien en el lado dostoyevskiano de la cuestión. El primer acierto en el centro de la diana de Craig es lo bien que filetea a sus protagonistas, tanto en arquetipos, como en su papel en la trama, como en el contraste de perspectivas sobre el mismo hecho.
Nos da las altas esferas (las más altas), las bajas, los civiles sin la menor idea, las profesiones liberales, la mirada política, la mirada militar y la mirada científica. Pero no se queda en elegir bien el crisol de visiones sobre 'Chernobyl'. Consigue que cada una de ellas funcione en varios planos simultáneos.
Uno es el emocional, las relaciones arquetípicas —de maestro a discípulo, de amigo a amigo, de rivales, de amantes...—. Es particularmente brillante la que es centro de la trama, la relación, al comienzo tensa y poco a poco más conmovedora, entre el científico Valery Legasov (Jared Harris) y el político y militar Boris Shcherbina (Stellan Skarsgård).
Su toma y daca nos deja diálogos y momentos más que soberbios. Inolvidables. La mayoría de ellos muy tristes, porque son dos personajes enfrentados a asumir decisiones terribles para evitar un holocausto inimaginable. Creo que desde el dúo de oro que firmaron Rusell Crowe y Paul Bettany en 'Master & Commander' no veíamos, en el arquetipo de la amistad varonil, una pareja tan brillante.
Pero todas las subtramas, desde las más efímeras a las medulares, funcionan a nivel humano. No he sentido con un solo personaje esa desagradable impresión, sobre todo cuando la serie pretende ser realista, de ser un mero objeto en el tablero del guionista para cumplir una función. No hay engranajes; mejor dicho, no hay engranajes que se perciban como engranajes.
El tercer y último nivel al que funcionan los personajes es el genérico. Genérico de géneros. La Ulana Khomyuk de Emily Watson (maravillosa) se encarga de la parte del suspense: ¿por qué explotó el reactor? Valery y Boris encarnan el thriller (¿ocurrirá una desgracia aún mayor?), tanto el político como el de acción; viven, toda la serie, al filo del abismo.
Y otros personajes más secundarios, como los bomberos o mineros o los ingenieros del reactor, protagonizan las escenas de terror, que abundan, a pesar de ser 'Chernobyl' una serie completamente ausente de elementos sobrenaturales. Este último baile de géneros es el más sorprendente, porque demuestra que las herramientas del terror en la planificación y el guion funcionan independientemente de que haya monstruo o no. Si lo que se cuenta es monstruoso, se puede contar como si existiera, en efecto, un monstruo. Hay planos en Chernobyl que parecen robados del primer 'Alien'.
Por ejemplo, estos dos:
La escritura, aunque la puesta en escena acompañe, es lo que concibe esos tramos de la historia como de horror. Y funcionan, valga el chiste malo, de miedo. Porque 'Chernobyl' necesita aterrorizarnos para que su mensaje cale. El mensaje es que pasó algo terrible pero, de chiripa, se evitó algo mucho peor. De pura chiripa. Cometiendo mil y un desmanes por el camino. Sacrificando a miles de personas; a sabiendas. Por el miedo a que murieran decenas, quien sabe si cientos de millones.
Estos personajes tridimensionales, que atraviesan géneros, emociones y tramas durante cinco horas sin un gramo de grasa, son el verdadero milagro de Craig Mazin. Son un milagro en papel y son un milagro en carne y hueso porque su casting es, igualmente, milagroso. Sin ellos, 'Chernobyl' tampoco sería lo que es. Porque 'Chernobyl' solo es lo que es, y quiero que quede bien claro, por lo bien que casan todas sus piezas.
El modelo HBO
Vamos, para terminar, con la última parte del titular. La que dice: HBO sigue siendo única y necesaria. Pasa con la actual streaming war, que lo cruento de la batalla ha tomado escalas desconocidas para Hollywood. Netflix era un gigante, uno capaz de medirse en pulso de gasto con todas las majors juntas a la vez. Pero es que las que vienen ahora —Amazon, Apple o Tencent— pueden gastarse, virtualmente, lo que quieran el tiempo que quieran. Pueden reventar el mercado.
Me decía un amigo, en primera línea de la creación de contenido desde España para el mundo, que como creador hay que elegir. Y que las cartas en base a lo que se elige son principalmente cuatro: capital, plataforma, tecnología y valor de marca. De todas las competidoras, HBO es la que va más corta de las tres primeras; nada entre gigantes. Sin embargo, es en la cuarta donde su apuesta cobra sentido.
HBO es, literalmente, sinónimo de calidad. Netflix, una de las marcas más queridas de los millenials, es sinónimo de lo cool; y hay calidad en Netflix, evidentemente; mucha. Pero también hay morralla, porque Netflix necesita el contenido sublime, el pasable y el malo. Porque es la plataforma streaming que se parece más a un videoclub que creara, a un ritmo demencial, nuevos VHS semana a semana. Para todo tipo de públicos; del más friki al más mainstream.
Amazon, sin embargo, va a paladares selectos. Aunque con diverso grado de dureza, sus series suelen ser exigentes con el espectador y siempre son muy ambiciosas en sus metas; mucho. Tienen que competir, además, contra sí mismas, contra el legado que se ha labrado HBO, un nombre que se asocia automáticamente a los contenidos maduros, cuidados hasta el último detalle.
No se podía salir mejor de la fiebre 'Juego de tronos', tal vez la serie más y menos HBO de su historia, con un silencioso bombazo como 'Chernobyl'. Serie autoconclusiva de cinco horas de la máxima calidad y relevancia sociopolítica. Un triunfo rotundo que aguanta el tipo contra las mejores de la historia: 'Breaking Bad', 'Los Soprano' o 'The Wire'. Al menos, es tan buena como ellas. Al menos.
No hay que confundir al mensajero con el sobre. El mérito de que 'Chernobyl' sea una obra maestra es, evidentemente, de Craig Mazin y su obsesión con el desastre. Pero como puede verse en esa excelente e ignorada adaptación de F. Scott Fitzgerald, 'The Last Tycoon' (Amazon Original), el equipo humano e invisible que husmea y alienta el talento, juega también un papel esencial. HBO sigue teniendo un equipo que atrae y cultiva talento con un sello de práctica infalibilidad.
Mientras siga manteniéndolo, y aunque su plataforma sea abstrusa y pobretona, seguirá siendo relevante. Mientras siga encontrando a los Craig Mazin, David Simon o Nic Pizzolatto del mundo, seguirá siendo necesaria.