Pufff...
¿Por dónde empezar?
No es nada, nada fácil...
Creo que voy a empezar por la bolsa de papel de plata; esa que Disney nos dio, en una de esas tontas cabriolas para elevar el hype, para que guardáramos nuestro móvil dentro por si... ¿Por si qué? Al comienzo, nos choteamos de la ridícula bolsa de plata. Cuando terminaron las tres horas de epopeya (sin secuencia postcréditos de ningún tipo) la frase colectiva era: "Voy a guardar esta bolsa toda mi vida".
He pasado por toda clase de pases de prensa de todo género y color en mi vida. El silencio, las lágrimas, las carcajadas y los aplausos que marcaron el pase de prensa de ayer, en los Cines Capitol de Gran Vía (Madrid), son algo inédito. Pero es que lo que tuvimos frente a nuestros ojos era indescriptible. No estábamos preparados. Tampoco lo estás tú, lector. Porque lo que te vas a encontrar cuando te sientes a ver 'Los Vengadores. Endgame' no es la película que te esperas. Ni de lejos. Ni remotamente.
La gran pequeña pantalla
¿Se puede decir algo de ‘Los Vengadores. Endgame’ sin arruinarla? ¿Se puede entrar realmente en materia de lo que es esta película en su puesta en escena y en su libreto sin destrozarle la experiencia a quien no la ha visto aún? Sí, se puede. Poco, pero se puede.
Lo más sorprendente de ‘Los Vengadores. Endgame’ es que su estructura es más televisiva que cinematográfica. Funciona como una miniserie de tres capítulos, cada uno correspondientes, más o menos, a una hora de metraje. Cada uno con sus propios cliffhangers, giros y sorpresas.
El primero de ellos es lo que viene después del Genocidio de Thanos. Pero lo que viene después en un sentido íntimo. Los cineastas se hacen la pregunta correcta: ¿Qué pasa después de una hecatombe así? Pero qué pasa no en un sentido abstracto, si no en personajes y tramas concretas. ¿Adónde van los supervivientes de una tragedia cuando tienen que seguir viviendo con el peso de haber perdido lo que más aman? Centrar el arranque de la película en esta pregunta orienta todo el film a un crescendo emocional que un arranque más convencional y superheroico no habría logrado.
El segundo de estos minicapítulos, como toda estructura narrativa exige, es el valle después del pico. Si en la primera hora ya vamos por el primer paquete de kleenex, la segunda para reír. La segunda es un gigantesco, demencial y maravilloso fan-service. En el nudo de ‘Endgame’, los Russo quieren que miremos a estas 22 películas en panorámica y a todo el elenco que les da vida.
Pero dentro de ese fan-service los Russo no se quedan en lo epidérmico, y siguen manteniendo el tema central presente: las relaciones humanas entre estos personajes. Familias y amigos, que vienen a ser lo mismo. Padres e hijos. Hermanos; de sangre o de alma. Incluso entre las carcajadas, el nudo en la garganta vuelve a apretar de tanto en tanto.
La tercera hora es eso que esperamos la semana que viene para ‘Juego de Tronos’. All the money in. Los Russo queman decenas de millones de dólares por minuto en una épica colosal que deja diminutas a las batallas de ‘Avatar’, ‘El retorno del rey’ o ‘Harry Potter y las Reliquias de la Muerte. Parte II’. Pero dentro esa épica, como pasaba en el tramo fan-service, brillan constantemente los momentos íntimos.
‘Los Vengadores. Endgame’, que quede bien claro, es un drama de personajes. Y un canto a lo que decía ese polémico final de ‘Star Wars. Episodio VIII. El último Jedi’: todos podemos ser héroes.
Los Russo envuelven este libreto complejísimo pero ejecutado ejemplarmente, sin acelerarse o ralentizarse, en el tempo justo, con una puesta en escena que es a la vez clásica y contemporánea. Siguen rodando con más temblequeo de cámara que los travellings de danzarín que se marcaba Joss Whedon. Pero en el drama, en las secuencias íntimas, los Russo paran la cámara más que nunca. Alargan los planos, dan espacio a los actores; esperan.
Y, de tanto en tanto, se marcan alguna de esas secuencias de las que ha ido tan escasa el Universo Marvel respecto al Universo DC: escenas que tienen valor y significado completo en sí mismas. Muchas son de Tony Stark; muchas de esas muchas, de Iron Man y el Capi. Y hay una dedicada a las mujeres que va a provocar cataratas de lágrimas y aplausos. Los Russo saben que están haciendo historia; pero la hacen con humildad, elegancia y cabeza.
Cultura, sin apellidos
Lo que te vas a encontrar es algo que, me atrevo a decirlo, supera a todos los grandes acontecimientos de la cultura pop. Ni 'El retorno del jedi'. Ni 'El retorno del rey'. Ni las 'Reliquias de la Muerte 1 & 2'. Ni ese: "Esto hará que las cosas salgan bien" de Max Von Sydow al poco de empezar el 'Episodio VII'. Ni el dedo sumergiéndose en la lava del T-800. Ni el ojo de un Na'Vi que se abre entre el redoble de tambores. Ni el globo azul chocando con el libro de una anciana que se apaga en una cama de hospital. Ni los juguetes uniendo sus manos camino de las llamas. Ni el: "Indiana, Indiana Jones, déjalo".
Nada, nada puede compararse a la colosal película que han tejido Anthony y Joseph Russo en la dirección y Christopher Markus y Stephen McFeely al guion. Esto es un hito de la historia del cine. Es un hito de la historia del arte. Es una demostración de algo que me dijo un sabio una vez, un tal Neil Gaiman: "Despreciar el trabajo mitológico de los superhéroes es despreciar el mayor trabajo narrativo de toda la historia de la humanidad. Nunca tanto talento, artístico y literario, ha acometido durante tantas décadas una tarea narrativa como la de los superhéroes". Parafraseo, pero me desvío muy, muy poco de sus palabras. Porque las llevo grabadas a fuego a la memoria. Y hoy han estallado en mí, al ver 'Endgame', como un Big Bang.
Se acabó recibir miradas de desprecio de la supuesta alta cultura. No hay nada en todo el planeta que mueva el alma de nosotros, humanos, como lo que hemos llamado cultura pop. Estos son nuestros mitos, seamos de la raza o género que seamos. Los superhéroes son la imagen de lo divino en nosotros. Son aquello que soñamos que algún día podremos ser. Y esos superhéroes tienen bardos que cantan sus gestas. Hoy llamamos Nolan, Abrams, Russo, Gaiman, Martin, Spielberg. Antes eran Homero, Virgilio, Shakespeare.
Y 'Los Vengadores. Endgame' transmite esa idea con una fuerza inédita, en este subgénero o en cualquier otro. Es un mito planetario, global, que nos llega en un momento colectivo muy oscuro y que me atrevo a profetizar que se convertirá en símbolo de cambio, de enfrentar esa catástrofe a la que parece que estamos deslizando el mundo (catástrofe a la que podríamos llamar Thanos) sin remedio. Siempre hay remedio. Se llama esperanza. Existe; incluso aunque dejemos de existir.
A mi lado se sentaba un crítico veterano. Tendría sesenta y pocos o cincuenta y muchos. En el tercio final de la película, donde el nudo en el alma aprieta insoportable, donde se viven unas emociones que solo son posibles porque llevamos 11 años y 22 películas con estos personajes, tenía la mirada vidriosa y le temblaban los labios. Estoy convencido que estaba pensando en lo mismo que yo. En su padre, en su hijo, en sus hermanos, en su pareja, en sus amigos. En los errores de la vida. En los aciertos. En aquellos a los que ama y por los que daría la vida. En aquellos que la dieron por él, tal vez discretamente, día a día, hasta expirar.
'Los Vengadores. Endgame' no es una mera película. Es una metáfora de la humanidad en la que cabrá, mientras persistan sus infinitas lecturas, todo lo que somos, fuimos y seremos. Es, como las obras de Shakespeare, un espejo infinito de nuestras almas. Lo es en el mismo sentido que lo es la colosal 'Interstellar'; es una película de dioses para tiempos ateos. Es una película sobre encontrar el dios en uno mismo. Esto es: el bien, el amor, la justicia, la empatía, el respeto. Es una película sagrada de orígenes supuestamente paganos. Es una experiencia transformadora. Es historia del cine, del arte y de la humanidad.
Y es irrepetible. Tenlo muy claro, espectador. Te lo digo por los spoilers. Esto solo se vive una vez. Luego volveremos a vivirlo muchas, muchas veces, como nos confesábamos los profesionales de la opinión al salir de la sala. Pero esta primera experiencia, la supernova emocional que supone, solo estallará la primera vez. Ve sordo, mudo y ciego. Ve y ve.
No me importa reconocer, además, que me han cerrado la boca por segunda vez en mi vida. Yo, cinéfilo empedernido desde que tengo uso de razón, me senté con prepotencia a ver 'La comunidad del anillo', a ver qué hacía ese neozelandés de una películilla (la única que había visto por entonces) como 'Atrápame a esos fantasmas'. Me cerró la boca de un guantazo. Hoy me senté igual ante los Russo, de los que siempre había dicho que me parecían unos artesanos resultones y poco más; incluso después de 'Infinity War', que me parecía un cliffhanger vistoso para poca chicha. El guantazo que me ha dado el dúo ha sido cósmico, con las seis gemas y el guantelete del infinito. Me han mandado al vacío estelar, ese que ya sabemos que existe. Y allí sigo; hueco y lleno a un tiempo.
Se me acaban las palabras porque son del todo innecesarias; pero algo hay que decir. Y digo que daría lo que fuera por sentirme un momento dentro de Kevin Fiege, al contemplar cómo esa locura que todo el mundo creía imposible hace apenas diez años se ha convertido en algo que desborda el negocio, el entretenimiento y al cine mismo. Un fenómeno mucho más cerca de Gandhi, Buda o Jesús que de McDonald's. Un mito que encarna, como ninguno, aquello que le decía Stephen King a sus hijos en la dedicatoria de 'IT':
"Niños, la ficción es la verdad que se encuentra dentro de la mentira y la verdad de esta ficción es muy sencilla: la magia existe."
Y, como recuerdan los espectaculares y conmovedores títulos de crédito, un mito hecho de rostros; con nombres y apellidos: Robert Downey Jr., Scarlett Johansson, Anthony & Joe Russo, Jim Starlin, Josss Whedon, James Gunn, Stan Lee, Jack Kirby, Elizabeth Olsen, Mark Ruffalo, Kenneth Branagh, Gwyneth Paltrow...
Hay que venerar cada uno de ellos y darles las gracias una y mil veces.
Esto que nos han dado, me repito, es irrepetible.
Es nuestra estrella fugaz en tiempos oscuros.
Y, como todas las estrellas fugaces, pasa en un destello, pero permanece, por siempre, en la memoria.