Netflix está en una racha infinita. Ya no se puede decir que sea casualidad; su plan, apropiarse del amor y la identidad de la generación millenial, funciona. Y cada vez funciona a niveles más inesperados y espectaculares, que cualquier otra productora consideraría de riesgo kamikaze. En Netflix ese riesgo, gracias a lo que saben de nosotros por su algoritmo y la inteligencia de Ted Sarandos y compañía, se transforma en oportunidad. Oportunidad de ver cosas como 'Triple Frontera', 'Castlevania', 'Hi-Score Girl', 'Bandersnatch', 'La maldición de Hill House', 'Devilman Crybaby' o la que nos ocupa: 'Love, Death + Robots'.
Antes de entrar a analizar lo buena que es 'Love, Death + Robots' (que lo es, aunque con sus peros), quiero abrir esta artículo con una reflexión general sobre el milagro Netflix en cuanto al éxito de contenidos de alto riesgo. Creo que hay dos factores que lo explican. Uno es que no hay que rendir cuentas a la taquilla; los números son muy crueles y honestos a la hora de mostrar quién se la pega y quién triunfa. El segundo factor es que Internet, a pesar de los nódulos de trolls y haters, está de su parte.
En mi análisis de 'Umbrella Academy', también por estos lares, indicaba un factor que no se suele mencionar al hablar de series y que sin embargo es crítico para entender cómo están calando en el público. IMDB, sitio con enorme tráfico, nos da un factor mucho más fiable que el fresco o podrido de Rotten Tomatoes —cada vez más entredicho por polémicas como la de 'Capitana Marvel'—, y esto es la popularidad de las series y películas del momento. Dicho en pocas palabras: qué busca la gente.
'Love Death & Robots' lo está petando. Tiene un 9 de media en IMDB con ya más de 20.000 votos. Y ha subido la escandalosa cifra de 514 puestos en el top de series más buscadas. Está en el número nueve y pronto es de esperar que asalte la parte más alta de la tabla, que domina 'Juego de tronos' inmediatamente seguida por dos originales de Netflix: 'La orden' y 'The Umbrella Academy'. Netflix es, por supuesto, la cabecera que más nombres acumula en el Top Ten (cuatro de diez).
Luego hay otro aspecto, más invisible, pero muy ilustrativo, que es la conversación en redes. Y, concretamente, en Twitter. Ahí Netflix es soberana. Demuestra por qué tiene sentido, para su estrategia, soltar lastre de las series Marvel. Tiene sentido porque son capaces de convertir, con una facilidad pasmosa, sus originals en fenómenos virales. El caso de 'Umbrella Academy' fue de libro, una serie de superhéroes completamente desconocidos para el gran público que de pronto se han convertido en inolvidables. Y no solo es una cuestión de la calidad del contenido en sí, sino de la estima que tiene la generación millenial a Netflix; lo que se identifica con sus contenidos.
Por ello, algo tan loco como 'Love, Death + Robots', tres horas de impresionante y carísima animación en porciones mínimas, cargadas de violencia y de sexo, tiene sentido. Porque esa demografía que es el pulmón de Netflix premia con más amor este tipo de decisiones. Porque es un público hambriento de lo que Disney, y las majors de Hollywood en general, ya no dan. En una palabra: sorpresa.
Los amigos de Tim
Quiero empezar el análisis por lo que menos me gusta de 'Love, Death + Robots'. Si uno se ve su tráiler, se monta en la cabeza que la serie va a ser un crisol infinitamente variado de cortos salvajes que exploran la ciencia ficción desde múltiples ángulos. Bueno, pues eso es verdad solo a medias.
'Love, Death + Robots', en lo narrativo, es algo decepcionante. Es excesivamente yanqui, excesivamente militar y excesivamente fotorrealista. Y estos problemas vienen de que Tim Miller, el showrunner del proyecto (y director de 'Deadpool' y la venidera 'Terminator. Dark Fate'), ha escogido historias de sus amigos. De Jon Scalzi, sin ir más lejos, hay tres.
18 cortos deberían ser esa caja de bombones de la que hablaba Forrest Gump. Es decir, un nuevo sabor que escoger a ciegas, totalmente impredecible. Pero buena parte de los cortos —'Suits', 'Sucker of Souls', 'Shape-Shifters', 'Lucky 13', 'Blind Spot' y 'The Secret War'— siguen el mismo patrón: acción de petad@s pegando tiros a lo que toque, sea lo que toque 'Drácula' u hordas de bichos interdimensionales.
Gracias a un artículo hondo sobre el tema de 'The Verge', podemos saber que la selección de Miller, cuyos relatos que la inspiran se pueden leer en su mayoría gratuitamente online, cojea en su diversidad. Para empezar, los escritores son casi todo tíos, con gente como Scalzi o Alastair Reynolds, repitiendo.
Historias escritas por mujeres, solo hay dos: la angustiosa 'Helping Hand' de Claudine Griggs y la muy pulp 'Sucker of Souls', con un Drácula desatado repartiendo estopa. Pero es que si se repasa el resto de autores —David Amendola, Joe Landsale, Marko Kloos, Michael Swanwick— nos encontramos no solo conque son tíos, sino que son tíos anglosajones.
Las excepciones son tres: el chino estadounidense Ken Liu ('Good Hunting'), el español Alberto Mieglo ('The Witness'), y el ruso Vitaliy Shusko ('Blind Spot'). Y en el caso de Liu es una excepción a medias porque tiene la doble nacionalidad; escribe en inglés y está totalmente integrado en el grupo de escritores top anglosajones de ciencia ficción.
Este sesgo en la selección me parece decepcionante ya no solo porque crea que a mayor número de voces y puntos de vista, mejores resultados. Es que da la espalda, imagino que inconscientemente, al sector en sí mismo. La literatura de ciencia ficción, en sus premios más importantes, los Hugo, ha dado un vuelco total de cara a la diversidad.
Costó lo suyo, con la guerra intestina que es reflejo de la guerra mayor —la de los #Comicsgate y #Gamersgate— que ocurrió entre el sector prodiversidad y los sad y rabbied puppies. Pero el hecho es que los últimos premios Hugo están dominados por mujeres y que se rompió la maldición de no tener ganadores extranjeros con la victoria de Cixin Liu, del que os hemos hablado en Xataka.
Era el momento perfecto, y cuadra muchísimo con la apuesta multicultural de Netflix, para refrendar este reflejo del cambio en la ciencia ficción con una selección de autores que mezclaran nacionalidades, identidades de género y temáticas mucho más variadas. No ha sido así. Queda en el debe para la segunda temporada.
Un enorme espectáculo
Hay excepciones, y curiosamente esas excepciones me parecen las mejores historias de la colección. La melancólica 'Good Hunting', basada en un cuento de Ken Liu, que nos narra una fábula feminista enhebrando la vida de un artesano de autómatas y una bellísima cambiaformas. También una de las de Alastair Reynolds, 'Zima Blue', que relata la entrevista a un enigmático artista obsesionado con dos cosas: el cosmos y unos misteriosos cuadrados pintados de azul zima. O la sorprendente historia de fantasmas protagonizada por dos vendedores a domicilio de 'Fish Night'.
Pero la regla general de 'Love, Death + Robots' son ciclo del héroe clásico de John Campbell y acción a raudales. Y hay que reconocer que, aunque creo que este enfoque épico le resta variedad e interés al conjunto, las secuencias de acción con la que nos bombardea esta antología son impresionantes.
Una buena secuencia de acción, como cualquier otra cosa en lo narrativo, se manifiesta en tres pilares: ritmo, variedad y coherencia. Las de 'Love, Death + Robots' son ejemplos maestros en los tres casos. Voy a elegir un par de escenas concretas para explicar por qué funcionan tan bien las set-piécès de esta serie.
Comienzo por el primer capítulo, 'Sonnie's Edge' en el que asistimos a un combate estilo gladiadores entre humanos que controlan telepáticamente a salvajes criaturas; una metáfora del género de videojuegos que dominó los 90, los 1vs1, como bien cuenta otra serie de Netflix: 'Hi-Score Girl'. Volviendo a 'Love, Death + Robotos' nuestra protagonista, Sonnie, controla a una especie de reptil viperino, elegante y letal: Khanivore. Su rival, Simon, a una mula parda de piel rocosa: Turboraptor.
La secuencia de acción marca los tiempos y los giros de guion (porque si la secuencia es buena, tienen que existir) admirablemente. En una tipología de acción de uno contra uno, la regla de oro de estructurar la acción siempre es la misma: flexionar quién lleva las de perder y quién las de ganar.
El arranque de la secuencia nos describe magníficamente bien cuáles son las bazas de cada personaje. El balanceo de la cola con aguijón, las fauces y el movimiento fluido, casi de danza, de Khanivore (la criatura que maneja Sonnie) son sus ases en la manga. El Turboraptor de Simon, por el contrario, nos señala en primer plano uno de sus puños acorazados. Así sabemos, en dos imágenes, por donde van a ir los tiros.
La primera sangre la hace Khanivore, con un espectacular salto lateral y latigazo de su cola. Este golpe marca que el primer minuto y pico de combate va ir claramente dominado por la agilidad de Khanivore. Sus garras arrancan literalmente pedazos de carne de la musculatura de Turboraptor. En una espectacular maniobra, comienza a correr lateralmente por el perímetro del coliseo para hacer una llave enganchando a su rival con su cola y estrellándolo contra uno de los muros.
Después de este lance, Khanivore realiza un salto a ralentí, acumulando momento, para rematar al rival. Pero este logra atraparle la cola. Punto de giro de la batalla. Le toca el turno de dominar a Turboraptor. Uno, dos, tres, los puñetazos caen como bolas de demolición; y vemos aquí que la debilidad de Khanivore es complementaria a su fortaleza: tanta elegancia se paga con un cuerpo blando, que sufre ante los impactos.
Este punto de giro dura apenas medio minuto, porque cuando parece que Turboraptor dará el golpe definitivo, la cola de Khanivore se segmenta y pasamos a una nueva fase del combate; la definitiva. La violencia se dispara, la intensidad de los golpes también. Khanivore vuelve a adelantarse abriendo heridas sin parar en Turboraptor con la celeridad letal de sus cuatro aguijones. Finalmente, logra arrancarle un brazo.
Pero la aparente victoria no es tal; el hueso que asoma por el muñón de Turboraptor corta más que cualquiera de los aguijones de Khanivore. En instantes, el reptil se queda sin sus aguijones. Luego, se va arrinconando hacia una esquina y Turboraptor comienza a asestarle unas brutales puñaladas con su navaja de hueso.
La puesta en escena se adapta a lo crucial del momento. Los movimientos se ralentizan y se da más fuerza a los detalles en primerísimo plano, como ese del abdomen perforado de Khanivore y de su posterior grito silenciado. Y de la muerte segura...
Contrataque fugaz que los cineastas del episodio, Dave Wilson y Gabriele Pennacchioli, resuelven de la mejor manera posible. Ráfaga de planos que duran décimas de segundo. La pupila de Khanivore pasando de apuntar al cielo a fijarse en su enemigo; las manos de Khanivore inmovilizando a su atacante; la cola de Khanivore girando el cuello del rival para descubrir su zona blanda. Y, finalmente, el último punto de giro; la cabeza de Khanivore, dura y afilada como su aguijón, penetrando la blandura del cuello y provocando la hemorragia letal. Luego, decapitación y rugido.
Me voy a detener, ya brevemente, en otro momento de acción felizmente orquestado. Sucede en el episodio 'Lucky 13'. La protagonista, la teniente Colby, se enfrenta a un insistente caza cuando ya se le han agotado las municiones. La solución que escoge, y es brillante, es usar las contramedidas —esos fuegos artificiales que tienen los aviones para que un cohete perseguidor estalle en mil pedazos— para perforar la cabina del piloto rival. Es una escena impresionante.
Estas son solo dos perlas de momentos de acción realmente notables con los que cuentan la mayoría de los capítulos. Incluso los más flojos en lo narrativo —incluiría: 'Blind Spot', 'Suits', 'The Secret War', 'Sucker of Souls' y 'The Dump', aunque este último me cae simpático— se sacan de la manga momentos de pura adrenalina. Y eso hace que tragarse 'Love, Death + Robots' sea muy, muy fácil. Como poco, te llevas espectáculo. Y en algunos episodios —mi top: 'Good Hunting', 'Zima Blue', 'Fish Nights' y 'The Witness'— auténticas joyas.
Por muchos años (espero)
Esta es una serie que merece continuidad. Lo digo en parte por puro egoísmo (me flipa la animación) y en parte por lo que puede ayudar a este tipo de cine a florecer. Vamos, jugando bien las cartas, Netflix puede lograr que una nueva generación de espectadores abran la mente a la animación más allá del CGI a lo Pixar. Espero que así sea.
Pero, como comentamos en apartados anteriores, hay amplio margen de mejora. Más diversidad en los relatos que inspiren la obra; más diversidad en los guionistas —el amigo Philip Gellat se escribe 15 episodios—; y más diversidad en la animación, porque nada menos que 7 de los 18 episodios tiran por el CGI fotorrealista. Curiosamente, la selección de directores, de nacionalidades, al menos, ha estado mucho más equilibrada y diversa: polacos, rusos, españoles, franceses e italianos animan (nunca mejor dicho) el cotarro.
En cualquier caso, quejarse es fácil, pero lo cierto es que desde 'Animatrix' no me había encontrado con una antología animada tan rotunda y ambiciosa como esta de Tim Miller. Si se arreglan estos problemillas, podemos estar hablando del tándem perfecto de las series antológicas de ciencia ficción: 'Black Mirror' y 'Love, Death + Robots'. Difícil pedir más.